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Inmigración italiana y francesa: lunfardo, prostitución y tango

El lunfardo, del que ya he hablado en otras entradas, está inextricablemente ligado a la historia de la Argentina, especialmente al apogeo del tango en tiempos de Carlos Gardel y al período de la inmigración durante las primeras décadas del siglo XX. Intentaré resumir la concatenación de los principales hechos que dieron forma a la incorporación del lunfardo en el tango:

Según Sarmiento -político, ensayista y escritor que fuera presidente de la República Argentina entre 1868 y 1874- el gran problema de nuestro país era la extensión: «el desierto la rodea por todas partes y se le insinúa en las entrañas, la soledad, el despoblado sin una habitación humana son por lo general los límites incuestionables entre una y otra provincia», decía Sarmiento. Argentina abarca 2.766.889 km2 sin contar la porción insular. Desde La Quiaca (extremo norte) a Ushuaia (extremo sur) hay 5.171 km; la provincia de Buenos Aires equipara en superficie a Francia. Sarmiento apuntaba no a la extensión en sí misma sino a quienes habitaban este inmenso país: una oligarquía que había llegado del extranjero a comprar tierras (o recibirlas de mano de algún político ‘benefactor’) y sacar provecho de la ganadería y la agricultura como así también de la mano de obra barata (no dejen de leer Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano), por otro lado estaban los pobladores nativos, indígenas que habitan más alla de la llamada «frontera de Alsina», una línea imaginaria que dividía la zona ‘civilizada’ de la provincia de Buenos Aires del resto del país, y que constituían -en el pensamiento sarmientino- la ‘barbarie’. Los indios serían perseguidos y exterminados (especialmente durante la «Conquista del Desierto» llevada a cabo por el presidente Roca a partir de 1878) en pos de la idea de progreso…. Las tierras ganadas a los indígenas pasaron, muchas veces, a manos de los oligarcas que necesitaban mano de obra … Con anuencia de los gobernantes, los gauchos -que eran reclutados para servir en la frontera con los indios en cumplimiento de la Ley de Leva- proveyeron los brazos para trabajar las tierras cuya producción se transportaba a través de las vías ferroviarias construidas con inversiones inglesas hacia el Puerto de Buenos Aires para satisfacer las necesidades y lujos de los consumidores europeos.
El político y escritor argentino José Hernández retrató -no sin sesgos ideológicos- la vida del gaucho durante la presidencia de Sarmiento en su obra Martín Fierro. Este libro fue elevado por Leopoldo Lugones a la categoría de ‘épica nacional’ e instituido como lectura obligatoria en las escuelas en una maniobra política que pretendía ‘argentinizar’ a la gran masa de extranjeros. De este modo, se construyó discursivamente al gaucho como personaje típico argentino aunque la representatividad de este tipo social ha sido cuestionada por varios investigadores. Lo que Lugones no previó fue que los inmigrantes italianos verían en el personaje de Martín Fierro una encarnación del anarquismo.
Para Sarmiento como para Alberdi, otro gran ideólogo de la inmigración, «poblar era civilizar» pero… La gran masa de inmigrantes que llegó al país no venía de los países del norte de Europa ni tenía un alto nivel educativo, como había esperado Sarmiento cuando aplaudió la ley 817 de «Inmigración y Colonización» -conocida como la Ley Avellaneda- de 1876. Entre 1880 y 1918 hubo dos grandes olas inmigratorias en las que arribaron al país más de cinco millones de personas provenientes de Italia y España y, en menor medida, franceses, alemanes, turcos, portugueses y latinoamericanos (para saber un poco más sobre inmigración en Argentina ver, por ejemplo, aquí y para saber las estadísticas vean este enlace) . En 1895, los inmigrantes constituían el 25, 5 % de la población y en 1914, el 30 por ciento. Los inmigrantes eran en su mayoría hombres que venían solos a buscar trabajo para luego traer a sus familias y que se asentaron principalmente en la ciudad de Buenos Aires, llegando a conformar el 70 % de la población masculina de esta ciudad portuaria. Hombres solos en una ciudad portuaria… ¿consecuencia? Sideral incremento de la prostitución, trata de blancas, persecusión de homosexuales y diseminación de la tuberculosis. Lo que hoy es el Paseo Colón era en ese entonces la ‘zona roja’ donde también existían lugares para fumar opio (el primer registro oficial de un lugar donde se comercializaban psicoactivos data de 1918). Esto generó una trata de blancas que (a)trajo a prostitutas francesas y polacas que atendían a los marineros y a los inmigrantes. A las prostitutas francesas se las llamaba loras por su acento, el particular sonido de la /R/ en francés; de ahí deriva una expresión «Andate a la concha de la lora«.
La historia -y las historias personales- de estas prostitutas fueron ficcionalizadas en muchas obras de la literatura argentina y también en las letras del tango. Cito a Tomás Barna:

el Paseo de Julio (actualmente Avenida Leandro N. Alem y Paseo Colón) era el fondeadero de rufianes, prostitutas, marineros, gente de hampa, compadritos y aventureros de toda laya. Desarrollaban, en ese lugar, su actividad: pulperías, burdeles y bailongos, lo mismo que en Dock Sud, Constitución, los Corrales Viejos y –más cerca del Centro– en Balvanera y en los alrededores de la esquina de Junín y Lavalle (el barrio de los prostíbulos con mayoría de “pupilas” polacas y francesas). El eje de la vida nocturna de aquella denominada “época prohibida del tango” fue La Boca, y su apogeo duró hasta aproximadamente 1915, girando alrededor de la famosa esquina de Suárez y Necochea.

Osvaldo Bazán, autor de «Historia de la homosexualidad en la Argentina” dice en una entrevista que:

La Generación del ’80 con su política higienista puso a los “invertidos” bajo la lupa de la ciencia y terminó convirtiendo en delincuentes a todos los “pederastas” del bajo fondo. De esa época es el llamado “depósito 24 de Noviembre”, porque estaba ubicado en esa calle. Ahí la policía llevaban a la gente que detenía sin causas penales: anarquistas, prostitutas, inmigrantes, lunfardos, travestis, madamas, homosexuales, bisexuales, los que no estaban invitados a construir el país que pretendía la Generación del ’80.

Un dato que deja boquiabierto a cualquiera es que a fines de siglo, la ciudad de Buenos Aires tenía treinta prostíbulos por cada escuela. Como señala Gustavo Varela:

Así era Buenos Aires a fines del siglo XIX. ¿Muy lejos de la patria pedagógica que había imaginado Sarmiento, ¿no?

y continúa:

En esa Buenos Aires que tiene más de seis mil prostíbulos el tango es una danza lasciva, música del encuentro sexual que es vista por la clase alta como una enfermedad moral en medio de la sociedad higienista.

Griseta, Mireya, Madame Ivonne, Ivette, Margot …

El tango, que surge en los arrabales de Buenos Aires, no sólo incorpora el lunfardo, que a su vez se nutre de palabras del italiano y el francés que se oían en esta ciudad sino que además en sus letras despunta la historia de la inmigración y la prostitución. En 1980 se publica un texto de Julio Cortázar con ilustraciuones de Hermenegildo Sabat: Un gotan para Lautrec. El título contiene el término lunfardo para «tango» formado a partir de la inversión de las sílabas y una referencia al pintor francés que se inspiró en una ‘pupila’ a la que frecuentaba, Mireille. Cortázar intuye que la pelirroja Mireille atravesó el Atlántico para vivir en el tango convertida en la rubia Mireya por los versos que Manuel Romero escribiera en 1926. He aquí algunos fragmentos:

Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos…?
Eran todos hombres, más hombres los nuestros.
No se conocía coca ni morfina;
los muchachos de antes no usaban gomina…
¿Te acordás, hermano, qué tiempos aquellos…?
Veinticinco abriles que no volverán…
¡Veinticinco abriles! ¡Volver a tenerlos!
¡Si cuando me acuerdo me pongo a llorar…!
…….
¿Te acordás, hermano, la Rubia Mireya
que quité en lo de Hansen al guapo Rivera?
¡Casi me suicido una noche por ella,
y hoy es una pobre mendiga harapienta…!
¿Te acordás hermano, lo linda que era?
¡Se formaba rueda pa´verla bailar!
Cuando por la calle la veo tan vieja,
doy vuelta la cara y me pongo a llorar…

De 1921 es el tango Margot, de Celedonio Fernández, al que Gardel le puso voz:

Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada,
que has nacido en la miseria de un convento de arrabal…
Porque hay algo que te vende, yo no sé si es la mirada,
la manera de sentarte, de mirar, de estar parada
o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal.
Ese cuerpo que hoy te marca los compases tentadores
del canyengue de algún tango en los brazos de algún gil,
mientras triunfa tu silueta y tu traje de colores,
entre el humo de los puros y el champán de Armenonville.

Son macanas, no fue un guapo haragán ni prepotente
ni un cafisho de averías el que al vicio te largó…
Vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente…
¡berretines de bacana que tenías en la mente
desde el día que un magnate cajetilla te afiló!

Yo recuerdo, no tenías casi nada que ponerte,
hoy usas ajuar de seda con rositas rococó,
¡me reviente tu presencia… pagaría por no verte…
si hasta el nombre te han cambiado como has cambiado de suerte:
ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot!

Ahora vas con los otarios a pasarla de bacana
a un lujoso reservado del Petit o del Julien,
y tu vieja, ¡pobre vieja! lava toda la semana
pa’ poder parar la olla, con pobreza franciscana,
en el triste conventillo alumbrado a kerosén.

En el tango Griseta, también cantado por Gardel, se congregan los personajes de La Bohème de Puccini y de La dama de las Camelias de Dumas:

Mezcla rara de Museta y de Mimí
con caricias de Rodolfo y de Schaunard,
era la flor de París
que un sueño de novela trajo al arrabal…
Y en el loco divagar del cabaret,
al arrullo de algún tango compadrón,
alentaba una ilusión:
soñaba con Des Grieux,
quería ser Manon.

Francesita,
que trajiste, pizpireta,
sentimental y coqueta
la poesía del quartier,
¿quién diría
que tu poema de griseta
sólo una estrofa tendría:
la silenciosa agonía
de Margarita Gauthier?

Mas la fría sordidez del arrabal.
agostando la pureza de su fe,
sin hallar a su Duval,
secó su corazón lo mismo que un muguet.
Y una noche de champán y de cocó,
al arrullo funeral de un bandoneón,
pobrecita, se durmió,
lo mismo que Mimí,
lo mismo que Manón.

Una recomendación: no dejen de leer el artículo «Milonguitas» en Buenos Aires (1910-1940): tango, ascenso social y tuberculosis de Diego Armus.

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