Las normativas impuestas por lingüístas y academias por un lado y los usos (innovadores) de los hablantes por otro son los argumentos opuestos de una lid agónica en la que «lo correcto» y «lo aceptable» (y hasta el «da igual») se disputan el imperio del idioma. Apocalípticos e integrados, conservadores y liberales, tradicionalistas e innovadores… dirimen la cuestión: ¿acatamos las reglas del idioma o adherimos a la legión que impone el uso sobre la norma? En su discurso inaugural del Primer Congreso de la Lengua Española, celebrado en México en 1997, Gabriel García Márquez encendió la polémica al proponer
jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna; enterremos las haches rupestres; firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota…
Entre otros, Mempo Giardinelli arremetió contra el «Maestro» en una nota publicada originalmente en el periódico Página 12:
No dudo que tal jubilación (en rigor, anulación) sólo puede ser festejada por los ignorantes de toda regla ortográfica. Digámoslo claramente: suena tan absurdo como jubilar a la matemática porque ahora todo el mundo suma o multiplica con calculadoras de cuatro dólares.
En mi opinión, la cuestión no pasa por determinar cuál regla anulamos, ni por igualar la ge y la jota, ni por abolir las haches, ni por aniquilar los acentos. No, la cuestión central está en la colonización cultural que subyace en este tipo de ideas tan luminosas como efectistas, dicho sea con todo respeto hacia el Nobel colombiano.
Y digo colonización porque es evidente que estas cuestiones se plantean a la luz de los cambios indetenibles que ocasiona la infatigable invasión de la lengua imperial, que es hoy el inglés, y el creciente desconocimiento de reglas ortográficas y hasta sintácticas que impera en las comunicaciones actuales, particularmente Internet y el llamado Cyberespacio. (…)
¿Por el hecho de que tantos millones hablen mal y escriban peor, vamos a democratizar hacia abajo, es decir hacia la ignorancia?
Si las difundidas declaraciones de García Márquez son ciertas, a mí me parece que hay un contrasentido en su propuesta de preparar nuestra lengua para un «porvenir grande y sin fronteras». Porque el porvenir de una lengua (como el porvenir de nada) no depende de la eliminación de las reglas sino de su cumplimiento.
Ver nota completa aquí
Para los traductores, éste es un tema áspero. En estos días, alguien preguntó en un foro si debe usarse «el hecho que» o «el hecho de que». ¿Se trata de queísmo o dequeísmo? Hubo respuestas intuitivas, respuestas fundamentadas y respuestas bizarras. Entre las segundas, destaco la de una colega que envió los suguientes enlaces sobre el tema:
» El hecho de + que + ¿indicativo o subjuntivo?
P: ¿En una oración subordinada que comience con «el hecho de» rige subjuntivo o indicativo?
R: Se pueden dar los dos modos. Las oraciones subordinadas introducidas por la secuencia «el hecho de» se caracterizan por poder prescindir de dicha secuencia sin alterar el significado de la oración, es decir, la secuencia no es restrictiva gramaticalmente, y, por lo tanto, no determina el modo verbal de la subordinada, son otros elementos los que deciden sobre el modo: el verbo de la oración principal, la semántica de la oración. Así, aquellos verbos que denotan reacciones emotivas en relación con la acción representada por la oración subordinada rigen subjuntivo en la subordinada: lamentar, sorprender, asombrar, molestar, alegrarse, entusiasmarse, animarse, desanimarse.
Por ejemplo:
Modo subjuntivo regido por el verbo de la principal:
Me entusiasma (el hecho de) que Luisa venga a verme.
(El hecho de) que la reunión acabara sin llegarse a un acuerdo lo desanimó completamente.
Nos sorprende (el hecho de) que ahora sean tan puntuales.
Modo indicativo o subjuntivo según la semántica:
Se admite (el hecho de) que actuaron bajo presión. (es cierto que actuaron bajo presión y se admite)
No se admite (el hecho de) que actuaron bajo presión. (es cierto que actuaron bajo presión y no se admite)
No se admite (el hecho de) que hayan actuado bajo presión. (se presupone que actuaron bajo presión y no se admite)
En el artículo Selección del modo después de el hecho de que, Margarita Krakusin presenta los resultados de un estudio sobre la alternancia del uso del indicativo y del subjuntivo como complementos de la expresión «el hecho (de) que» y los analiza de acuerdo con criterios pragmáticos. Cito algunos fragmentos de las conclusiones:
La variabilidad de modo en las cláusulas factivas después de el hecho de que está regida por el valor informativo de la proposición subordinada. (…)
El subjuntivo sirve para marcar las proposiciones factuales que no merecen mucha atención por parte de lector. El indicativo usado después de el hecho de que señala los puntos de importancia en los cuales ésta debe ser centrada. (…)
Concluimos entonces que la elección del modo y su posición en la oración, dependerá del valor informativo que tenga la proposición. La tematicidad estará marcada por el subjuntivo, y con la información remática regirá el indicativo. Las cláusulas subjuntivas después de el hecho de que aparecerán en posición inicial, antes del verbo principal. Las indicativas irán después del verbo principal y en posición final.
Con respecto a las respuestas bizarras, destaco la opinión de otro forista que arguye que el tema «no tiene la menor importancia» ya que «con o sin la preposición de, se entiende el resto del mensaje». Quisiera no dar la menor importancia a este comentario pero no resisto la tentación de opinar: hay un mar de diferencia entre no respetar las normas por elección o por ignorancia. Borges, Sarmiento, César Vallejo, Juan Ramón Jiménez, Andrés Bello, García Márquez no lo hicieron por ignorancia ciertamente, los guiaba un objetivo -discutible, sí- pero no la desidia.
6YACNA53M3NA
¡Gracias por difundir este blog!